✠ ǝʇuǝɯǝp ✠

lunes, 2 de octubre de 2017

DAVID LEDESMA Maestro Suicida

DAVID LEDESMA Maestro Suicida

TE HALLARE... MAS ALLA DE LA VIDA Y EL TEDIO, MAS ALLA DEL OLVIDO Y EL LLANTO...
EL POEMA FINAL
De pronto, como cortado o incompleto, como un silencio nada más, desciendo, como una sequedad en la garganta, como una pausa en que vacila el aire. Amor mío… Amor mío… ¿Qué cosa puedo darte? Tú me has dado tan solo tu presencia, tu sonrisa y a veces tu aliento, una proximidad nada más. Yo te regalo un muerto. Cuídalo bien. Es tuyo. Solamente recuérdalo, cierta fecha de octubre porque donde tú naces yo termino. Y mientras tú me pienses, viviré. De pronto toda la vida se hace un punto, se hace un grito, se hace la más perfecta y dulce música. Perdóname, hija mía. No conozco sino tu leve risa de inocencia. Perdóname si sola, si desnuda, si limpia te he dejado; torno a la soledad. Allí he vivido. Perdóname, tú, madre. No me entienden. Si un ruido horrible suena en la cabeza, si una cosa sin nombre nos agobia, si algo estalla de pronto… ¿Qué ha de hacerse? El prudente tal vez buscará un médico, el ocioso tal vez dejará estarse las venas en su sitio, pero el que es todo corazón y siente por el pellejo igual que las arterias, ¿qué ha de hacer, me pregunto? Si de pronto uno repugna ante uno mismo. Si cada corazón, cada pulgada de íntimo dolor pesa y resuena como pasos andando por adentro, como trompadas… Amor mío, perdóname. Lo sé. Ahora ya puedo amarte. Nada más. Puedo decir que estoy en ti, que vivo libre, sin huesos, como un aire vivo, como algo que sí puedes amar. Ah! Lo demás. Ya lo demás no importa… Simplemente no se es. No quedan huecos. Apenas un momento de silencio y nada más. La rueda sigue andando. El molino no deja de moler. Ni nadie pierde su trabajo a causa de un tornillo que se rompe. ¿Lloran? No sé. Yo no he querido el llanto. Adoro las inmensas bocas frescas que se abren al impulso de la risa. Y la música adoro. Y la alegría. Y las cosas más limpias de los seres: por ejemplo, los besos, los adioses, la mano que se pone sobre el hombro, los niños y los perros indefensos. Pero de pronto es necesario irse. De pronto es necesario ser no-ser, abrirse una ventana, o acabarse sencillamente como podremos hoy, mañana o el Domingo tú, yo o fulano hacer paréntesis, borrarse del paisaje, hacerse humo.



Esta es su agonía. Al reconocer su derrota, convocó a la muerte, esta vez definitiva, liberadora. Pero antes de trance tan amargo, se permitió soñar. De ese sueño nos restan algunas de las más hermosas poesías creadas en nues­tra tierra. Soñó en un mundo en el cual le hubiese sido grato vivir, un mundo donde hubiesen desaparecido los monstruos. Ese mundo se le presentó como de una belleza indescriptible, y en su poesía nos transmitió su vibración mágica. Nosotros lo comparamos a esa pradera poblada de unicornios y lirios, cruzada de arroyuelos, en la que soñaban los poetas de la tardía latinidad, ideal sustituto al horrible y siniestro mundo de la temprana edad media que los rodeaba. Y tras ese sueño, como única revancha posible, repito, convocó a la muerte. Su fin, el de la corbata amarilla, no fue para él una sorpresa: ya veremos cómo lo supo siempre, oscuramente al comienzo, con estremecedora claridad al final. En todo esto consistió su agonía.

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